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La montaña, soberbia, mágica e imponente, puede ser una fría enemiga que te reta constantemente, poniéndote a prueba para lanzarte al vacío o golpearte con crudeza. Perder el conocimiento, vagar ciego por senderos recónditos, sentir debilidad y el vacío sobre tus hombros, reaccionar pese a todo y seguir caminando en la niebla de tus ojos. En definitiva, sobrevivir. Esta es la historia de Benito A. De la Morena Carretero, el alpinista que venció al Mont Blanc, este es su testimonio de vida.

Entusiasmado con la Experiencia  

En 1973, Benito, que tenía 23 años, junto con un grupo de amigos, se disponía a afrontar una dura prueba alpinista: coronar la cima del Mont Blanc. Aquella experiencia, ilusionante, repleta de nervios y tensión, a punto estuvo de costarle la vida.

Pues la vida, muchas veces, te coloca en un brete, en una situación complicada donde tu reacción vale más que todas las cosas. Es así el sendero, lleno de matices y traiciones que conviven irremediablemente. Peligros inciertos que acechan a los aventureros y que, si no se levantan, terminan sepultados por la nieve. Hechos que requieren de valentía y resiliencia para seguir luchando y sobrevivir.

En palabras del propio Benito: “El imprevisto, algo creado por ti y ayudado por las circunstancias, generalmente te ataca; no siempre lo vences (…) Mi imprevisto me proporcionó una experiencia en la cual la vida casi siempre pierde. Me deslicé alrededor de 800 metros por un “couloir” rocoso, pendiente, helado y, afortunadamente, con mucha nieve. MI casco, esa nieve y la suerte, me permitieron, no sé al cabo de cuánto tiempo, recobrarme en un lugar donde casi 30 personas habían fenecido y ser protagonista de la experiencia más grande que he tenido en mi lucha por vivir”.

Aquella caída, para muchos fatal, supuso para Benito una lucha extraordinaria, afrontar una empresa portentosa para luchar por la vida, por seguir viviendo. Él no se arredró y siguió caminando pese al dolor.

Benito, ilusionado, el segundo por la izquierda

Benito, el segundo por la izquierda

Vacío en la alturas.

En esos momentos de oscuridad, el ser humano se enfrenta con unas fuerzas que lo empujan a abandonar. El esfuerzo por levantarse es apoteósico y nuestras ganas de vivir, de respirar la vida, son aún más poderosas. Pero no podemos evitar esa sensación de abandono, de vacío y debilidad en los momentos previos a nuestro resurgir. Las dudas nos aprisionan el pecho y todo se nubla a nuestro alrededor. Benito así lo vivió

Según dice él: “Si tuviese que describirte mi impresión cuando recobré el conocimiento, te hablaría de que un gran vacío se había apoderado de mi; yo estaba flotando, mi mente no se centraba, sentía soledad, frío, y el ver todo blanco y con niebla me daba una sensación de debilidad que me hacía suponer que todo esto era un triste sueño del que tenía que despertar, del que ansiaba despertar”.

Acción y reacción, impotencia y espasmo. Todo es un conjunto y la vida que se ve más lejos. Pero no queda más remedio si quieres salir airoso. Luchas con todos tus medios ante ese avatar del destino, ante la piedra de tus pesares. Titán apasionado que cubres la distancia que te separa de la cima. Reaccionas, vaya si reaccionas. ¡Quieres sobrevivir!

Benito lo describe así: “Muchos opinan que la reacción ante una situación difícil aparece sólo con el hecho de vivir esa dificultad. Yo creo que no: tu reacción ante algo está regulada por el tipo de comportamiento a que te hayas acostumbrado. Estoy convencido de que si mi vida cotidiana, incluida la montaña, no fuese una lucha constante por superarme, de no dar nada por perdido, de ser más humando, comprenderme y conocerme, hubiese sido débil y me habría vencido el desaliento que a los 3000 metros de soledad añadió mi esputo ensangrentado y la ceguera que posteriormente me inundó”.

Benito, entrenando

Benito, entrenando

No dar nada por perdido

Según Benito “Al principio reaccionas de manera impensable, te mueves porque algo interior te lo demanda y realizas aquello que tienes grabado en tu subconsciente: descender, sólo descender”

Reaccionar pese a todo, luchar contra el frío extremo y la propia montaña que te va rentando continuamente. No cesa la lucha y tus ojos cada vez se apagan más. Todo en tu contra pero no queda más remedio que continuar y no dar nada por perdido. La lucha por sobrevivir no será fácil.

Benito lo describe así: “Cuando te das cuenta y comprendes de verdad tu situación, exprimes tu cerebro buscando una solución adecuada, la mejor solución que, en un ambiente blanco, con niebla, al que añades la preocupación de que algo interno tuyo está a punto de romperse y de que tu vista empieza a declinar, puedes proporcionarte”.

Con mucha frialdad ante la vida, buscando esa solución cercana y puesta de manifiesto en sus montes, intentó orientarse o reconocer el terreno pero todo se había perdido en la caída. No sabía donde se encontraba. Pero no le faltó decisión de seguir caminando: “Tener decisión, eso si; eso, que no falte, y tomando como referencia el brillo que al fondo produce el glaciar y la oscuridad que por encima de mi, atravesando la niebla, me ofrece un posible lugar conocido, me aventuro confiado en que voy por buen camino

 

Gélido resplandor en la oscuridad

Horas interminables, de ceguera y frío, y el desaliento creciendo en su interior. Un cable salvador y una esperanza nueva. “Pasan tres horas y ya apenas veo; mi desaliento, animado por los recuerdos familiares y personales, queda vencido cuando tropiezo con un cable, ¡divino cable!, que me hace afianzar las esperanzas nunca perdidas; cable que, días atrás, cuando todo era feliz, encontré y del que yo sé que está a una hora de un precioso pluviómetro, y esté, a 100 metros de una refugio que, si bien está abandonado y casi derruido, me permitirá un necesario descanso y recuperar mi vista, ya perdida en casi su totalidad, para terminar mi odisea en un plazo de una hora más, que es el tiempo que desde ahí hay a la estación del cremallera, a la vida.”

Pero cuando más fácil parece la resolución, cuando presientes el final es cuando más débil te sientes y puedes tropezar de nuevo, cayendo al vacío o cometiendo errores. Nunca debes dejar de combatir, de luchar, de caminar y de esforzarte por llegar pues un exceso de autoconfianza puede ser fatal. La valentía y la superación lo es todo si quieres llegar a tu refugio, a tu salvación; si quieres sobrevivir.

Benito lo describe así: “(…) si te dejas llevar por la alegría de que vencerás en la lucha, es cuando provocarás el desastre. Sigue combatiendo, superando las muchas dificultades que aún tienes para salvarte. ¿Qué ya no ves? Utiliza el tacto y agota todos tus medios para aprovechar la gran ocasión de vivir que has tenido al no perecer en la caída”.

 

Benito, el segundo por la derecha

Benito, el segundo por la derecha

 

Conquistar la cima

Por fin el refugio salvador, llanto pueril y humano que desata los sentimientos y la realidad penetrante de la vida. Cinco horas de sufrimiento, camino y ceguera para no desfallecer, para no caer en el intento, para seguir combatiendo, para desear sobrevivir. Tras reponer fuerzas, bajo la oscuridad de la mirada, sólo queda una hora, un poco más de persistencia.

Curiosamente no hizo falta más esfuerzo por parte de Benito pues, al poco de estar en el refugio, una familia de italianos, que regresaba de intentar conquistar la cumbre, lo descubrió y lo ayudó a bajar el último tramo y poner fin a las dificultades.

Benito, recordando su aventura, dice: “Cosa curiosa me resultó observar que del estado de inconsciencia que la caída me produjo pasé a una situación de recuperación durante las horas de odisea, para volver a caer en el estado anterior al encontrarme protegido por estos amigos italianos; estado que me duró los siete primeros días de los trece que pasé en el hospital de Chamoix”.

Este el testimonio de Benito, un aventurero de la vida, un superviviente que se enfrentó al abismo para levantarse y seguir caminado. Pues, tras estar un año en convalecencia mental y año y medio en la física, Benito siguió caminando, retomó sus estudios de Física y volvió a practicas alpinismo. Pues las caídas y los hechos dolorosos se presentan o los provocamos, debemos adaptarnos al medio, levantarnos y luchar por sobrevivir; siempre caminando, sorbiendo la vida y resistiendo a la cruenta tempestad.

Cada día, cuando te levantes, lucha por lo que quieres, con dedicación, esfuerzo y valentía. Entrena tu resiliencia y sigue adelante con tus inquietudes. Te vendrá bien esa forma de caminar cuando luches con tu montaña.

El Mont Blanc

El Mont Blanc