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Vuelvo tranquilo paseando

por las calles de Octubre,

sosegando el tiempo y recordando

como pasan los años

y tú,

en un mar cristalino,

vas pintando gaviotas de sal marinera,

de vejez dominante,

de palabras vacías,

y de huellas en la arena.

 

Las sienes visten de blanco,

las arrugas fruncen el ceño,

el silencio divaga a sus anchas

y las horas muertas dominan el pensamiento;

y tu,

musitando entre hojas caídas,

de un calendario caduco

en el otoño ceniciento,

de tu voz adormilada.

 

Y allí, olvidado,

en tu jardín recogido, de verjas torcidas,

de robles vencidos y flores marchitas,

descansa la impaciencia,

la juventud ajada,

la vitalidad agazapada

y aquella mirada.

 

 

Sí, es irremediable.

Llegó sin ser llamado,

sin hacer ruido pero

hiriendo el alma

como un espino, de recuerdos y vida,

que me traspasa la razón,

aquella que de dolor grita,

al viento, al furor de las olas

y al barquito encallado en la orilla.

 

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