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Y con la mirada lo dice todo, ante la impotencia romántica del alma. Los astros, cada día, se confabulan para hacerlo rabiar y las manos, perdidas en el caos involuntario, reniegan de lo cotidiano, en ese estertor hecho ley. ¡Maldito camino de hirientes filos y recodos traicioneros!

Un brillo de coraje repunta en el desfiladero quebradizo de la memoria y de nuevo el paso definitivo, el ímpetu necesario y el rumbo en las sienes plateadas. Letras que se juntan en la imposibilidad de una lectura sosegada en la tarde y una vida que ya no se deja atrapar con la facilidad de antaño. Todo se le escapa en el temblor agudo de la razón, en la presencia intimista de la realidad, que machaca los sentidos con la crudeza inmaculada del presente. 

No, ya no es como antes, nada es como antes y los ojos son el espejo quebrado del corazón. La enfermedad se ha instalado definitivamente y el entusiasmo se desparrama por las laderas de la tristeza. La cicatriz es profunda y degenera en mil pensamientos de cristal. No, ya nada es lo mismo y la razón de estar, de existir, se marchó para no volver.