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El día había llegado a su fin y el sueño vence a los amantes, que se duermen acorrucados en el sosiego de la habitación. Detalles de un sendero que pasa, musitando palabras de amor y transmitiendo entusiasmo por doquier. Instantes de un pasado de cristal que, por fin, quedó atrás, que se olvidó por completo, para centrarse en el presente más arrebatador, más vital y precioso. El momento importaba, siempre había importando pero, a veces, se tarda demasiado en caer en la cuenta.

No se consideraba una heroína ni alguien especial, simplemente que no se había rendido, que había seguido caminando emulando el poema de Machado, deseosa de llegar a su destino. Sacando fuerzas de donde no las había y sorbiendo lágrimas de impotencia, logró vencer a la tempestad y surgir cual ave fénix del abismo de ceniza. Aunque no fue nada fácil.

El ayer se había desvanecido como un algodón de azúcar en un espejo de agua. Pasillos fríos de hospital, mensajes aterradores, esperanzas desvanecidas, tropiezos multiplicados, la impertinencia del gentío y aquella maldita ceguera que la había dejado a oscuras para siempre. Nada de aquello le quitaba el sueño, ni siquiera los indolentes que la aborrecían y que no habían apostado un céntimo por ella. Ahora era feliz, se sentía querida por lo que era y trabajaba en lo que quería. Era una mujer plena. 

La noche pasa sigilosa y de nuevo el minutero arranca con prisa la jornada para redondear las palabras, para poner la guinda del pastel y sacar a relucir el intelecto. Todo en su justa medida, todo a pedir de boca y la charla que busca la ilusión en los oyentes más jóvenes. El amanecer trae nuevos bríos y Ana ha construido su proyecto a base de tesón y esperanza. 

Y así transcurren las horas, entre la prisa y la pausa. Una reunión, una anotación en la agenda de la memoria, una clase de braille atrasada y una idea para un programa. Su cabeza no para de dar vueltas, buscando una salida, un toque de magia o, quizás, un giro inesperado del destino. Todo con tal de poner una sonrisa y decirle al mundo que sí se puede, que la rendición no está contemplada y que, como decía Unamuno “La grandeza del ser humano no consiste en no caerse nunca, sino en levantarse después de cada caída”. 

Y llega el momento de las ondas, la radio, su pasión y su entrega. Un invitado extraordinario, llamadas en directo y la satisfacción radiante de la directora. Todo va viento en popa. Tras la pausa, la luz roja se enciende de nuevo y Paco, el técnico de sonido, le agarra la mano para dar la señal de salida en su alocución final: 

Como decía Víctor Frank, si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes el sufrimiento”. Y Efectivamente, todo está en la actitud.

Al no poder manejar el orden de los elementos, hay muchas cosas que se te escapan de las manos y, por descontado, vas a recibir raciones de dolor sobrevenido, desgracias y golpes inesperados que te harán caer. O te adaptas a esa nueva situación o te quedas en el sitio para siempre.

Muchas veces, esos momentos duros te hacen crecer y ver otra salida. Aunque te vistas de llanto y el lamento llame a tu puerta, al final tendrás que soltar el lastre de la pérdida, aprender del entorno, afrontar ese destino y seguir adelante, a pesar de toda la porquería que se te venga encima. Con actitud valiente y heroica podrás hacerlo.

Es cierto que con una resiliencia óptima tienes la madurez suficiente para afrontar ese sufrimiento que te ha llegado, porque tú siempre tienes la facultad de decidir cómo vivir. Si ves oportunidades en las desgracias o el cielo azul tras el temporal, dejarás de llorar y saldrás victorioso del trance, cogerás las piedras del camino y construirás un castillo imponente.

Tener una resiliencia bien desarrollada implica, muchas veces, que el ser humano se rehaga de sus caídas, se amolde con facilidad a esa nueva situación y, con un tremendo esfuerzo, continúe avanzando, aún sin poder caminar. Superación, entrega y creer que se puede con todas tus fuerzas. «Querer es poder».

El dolor es sal que te encuentras en el sendero. Hay personas que ni la aprecian y otras se ven afectadas por su sabor para el resto de sus vidas. Las quejas constantes te dañan el alma y el ánimo, entorpeciendo tu progreso y enmascarando los sentimientos. Afronta y acepta el reto, la sal siempre estará, todo dependerá de la cantidad de agua en la que se disuelva.

No lo dudes pues tú, y solo tú, eliges la actitud que tienes ante la vida, ante los escollos del sendero. El mundo seguirá adelante, contigo o sin ti, así que de ti depende si subirte a él o quedarte apartado de todo, huidizo y sin rumbo en medio de la nada. Desarrolla tu resiliencia y adapta tus pasos al camino que te ha tocado vivir. Con decisión, valor y esfuerzo, podrás conseguir llegar a tu destino.

Y, para terminar, queridos oyentes, quiero terminar con la frase que siempre me dice mi madre: “No hace falta ser grande para empezar, pero sí empezar para ser grande”. Ya sabéis: ¡Empezad para ser grandes! Sed felices y nunca dejéis de caminar.