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Batallas ganadas en los campos del coraje, repletos de ausencias y lamentos. Cenizas de otros tiempos que nublan razones compartidas en el envés de una sonrisa. Y la sutil forma de decirte que te amo, va más allá de aquel suspiro perdido, en el amanecer sin relojes. Todo es posible, más la tormenta arrecia y las lágrimas apenas te dejan ver.

El dolor lo cubre todo y pretendes sacudirte esa indolencia para salir airoso del envite. Temporal de negros presagios que desespera al caminante, derrotas compartidas y pozos sin fondo en un horizonte velado.

– ¡Levántate! ¡Tienes que continuar! -te dices con valentía.

Un beso, una despedida incierta y un camino por construir, descubriendo puertas y curando heridas. La vida supura las miserias de tus pasos y, sin saberlo, te muestra sus ínfimas bondades. Batallas cotidianas.

– ¡Tienes que disfrutar! ¡No hay rendición posible!

Otro día más y el sol te calienta el rostro. Te dejas acariciar lentamente. Otro minuto más en la agenda de tu corazón y el abrazo postrero que selló tu existencia, recorre tu piel con la energía errante del que ama con pasión. Retazos de un cuaderno gris y un poema grabado a fuego en el alma. Todo continúa igual y el pasado quedó atrás. Una vida entera por aprender y seguir viviendo, ganando y perdiendo batallas.

– ¡Adelante! ¡Me atrevo! ¡Quiero atreverme! ¡Nadie me detendrá!