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Una gran historia

La historia de España es muy extensa y grandiosa. ¿Cómo es posible que consiguiera todo lo que consiguió? Máxime cuando se contaba con un territorio pequeño y una población mínima. ¿Cómo fue posible tanto? Amén de los visionarios y el golpe de fortuna que la puso en el candelero durante varios siglos, fueron hombre y mujeres, mujeres y hombres, los protagonistas de una aventura sin igual, de una exploración digna de elogio, de una ruta comercial espectacular y de un camino labrado con esfuerzo, sangre y millas de navegación.

Y sí, muchas mujeres, desde el tercer viaje de Colón, contribuyeron a descubrir y engrandecer el nuevo mundo. Piezas fundamentales de aquellas tierras, recién descubiertas, para formar parte de un todo, de un reino poderoso que se extendía allende los mares y océanos. Mujeres como Isabel Barreto, Mencía Calderón, Inés Suárez, Isabel Rodríguez y otras tantas heroínas que sembraron entusiasmo, coraje y valentía, para la posteridad.

Hoy me quiero detener en otra gran mujer, una a la que no le tembló el pulso cuando se embarcaba hacia lo desconocido y que lo dejó todo para seguir a su marido en viajes peligrosos, atravesando todo un océano y dispuesta a explorar el río más largo del mundo: El Amazonas. Hoy me quiero detener en Ana de Ayala, la esposa de Orellana.

Ana de Ayala, esposa de Orellana

Francisco de Orellana fue un explorador, conquistador y adelantado español, y el primero en explorar el inmenso y peligroso río Amazonas. Fuese o no por casualidad, lo cierto y verdad es que sus peripecias y penalidades dieron su fruto y llegó a descender por la corriente amazónica hasta el Atlántico en un viaje sin paragón. Y todo empezó en una expedición en busca de canela (y, de camino, de El Dorado) desde Perú, acompañando a Gonzalo Pizarro, hermano del célebre conquistador.

Perdidos, exhaustos y sin vivieres, se adentraron en un laberinto de arroyos, corrientes y aguas bravas, amén de tribus hostiles que los hostigaban. La expedición se dividió y Orellana, con sus hombres, y en una balsa fabricada por ellos mismos, se adentró en la selva, descendiendo por rápidos y caudalosas torrenteras. El maltrecho Gonzalo Pizarro se quedó esperando socorro, pero Orellana jamás volvió debido, según cuenta, por la fuerte corriente que lo empujaba hacia adelante.

Habiendo superado el enorme escollo, habiendo soportado pruebas muy duras, una vez que llegó al océano se envalentonó y se marcó un objetivo claro: volver a España, narrar su aventura y obtener la gobernación de aquel vasto territorio. Y con ese firme propósito, con la intención de explorar y explotar la zona (supuestamente rica en canela) y de afincarse allí, convenció a la Corona española. Pero antes de partir hacia la nueva aventura, hacia la nueva misión, quiso casarse en Sevilla. Y lo hizo con la joven Ana de Ayala, de la que se enamoró, perdidamente, a primera vista.

Orellana, Gobernador de la Nueva Andalucía

Orellana, tal y como reza este párrafo de la capitulación real, fue nombrado Gobernador de la Nueva AndalucíaDon Carlos e doña Juana, por quanto nos avemos mandado tomar cierto asiento y capitulación con vos el capitán Francisco de Orellana sobre el descubrimiento y población de ciertas tierras y provincias que hemos mandado llamar e intitular la Nueva Andalucía, es mía majestad y voluntad que agora y de aquí adelante para toda vuestra vida seáis mío gobernador y capitán general...”

Y, como hemos dicho, se enamoró perdidamente de la joven Ana, hija, al parecer, de un armador sevillano. Convencido, se dispuso a hacerla su esposa, la cortejó y le prometió una buena vida en las nuevas tierras de las que sería gobernador. Ella, sin dudarlo, apostó por él y se embarcó en una aventura direnta a lo desconocido, repleta de peligros y muerte. Pero el destino es caprichoso y más aún en aquellos tiempos repletos de tempestades, dificultades, tribus hostiles y territorios desconocidos. Y esta vez, el poderoso Amazonas les esperaba con su furia indómita.

Después de arduas negociaciones e intensos movimientos para reunir tripulación, pertrechos y los medios necesarios, se hicieron a la mar 4 barcos, junto con 450 personas, en mayo de 1545, desde el puerto de Sevilla. No contaban con el beneplácito oficial pues estaba prohibido embarcar a tripulación extranjera, tenían que ser todos españoles, y eso Orellana no lo cumpía. Así que, sin tener las naves completamente pertrechadas, sin permiso y escapando de la vigilancia, puso rumbo al océano. En la expedición, a parte de Ana de Ayala, su esposa, y alguna que otra cuñada, iban más mujeres dispuestas a buscar fortuna, formar familias y fundar ciudades en el nuevo mundo, cumpliendo las capitulaciones. Valientes y atrevidas que sembraron voluntades y razones para el mestizaje.

El río Amazonas

Pero, en aquel tiempo de aventuras en que cualquier temporal torcía los planes, en aquel tiempo de travesía donde los cascarones de madera eran manejados por las olas furiosas, la derrota seguida se tornó traicionera y nada salió como se pensaba o tenía planeado. Hicieron escala en Tenerife, pasando allí tres meses, intentado completar la tripulación pero no lo consigue. Después pasaron a Cabo Verde y las condiciones de los barcos eran pésimas. De hecho tiene que dejar allí una, la nao Victoria destrozada. Es curioso que allí mueren 98 hombres por las malas condiciones del agua y otros muchos son dejados allí, por su mal estado de salud. Al final llegan a la desembocadura del Amazonas 2 naves, con apenas un centenar de hombres en un lamentable estado.

Pero todo fue un desastre, la misión era insostenible. Apenas un puñado de hombres, famélicos y harapientos, dispuestos a conquistar y explorar un territorio inmenso y salvaje, sin nada de alimentos ni material para revertir la situación. Los barcos destrozados, quimeras imposibles, una ciudad incipiente, el hambre que aprieta y Orellana que divide a la expedición y marcha río arriba para buscar alimentos y otro sitio idóneo para el segundo asentamiento. Apenas quedaba esperanza. Fueron atacados constantemente por tribus indígenas, sufrieron desnutricuión y necesidad. Habían fracasado antes de empezar pero Ana de Ayala seguía junto a su esposo, sufriendo y remando contra aquella corriente impasible.

Y es que nadie escapaba de las fauces húmedas de aquel gran cauce, de aquella corriente enorme que todo lo deboraba. Todos, poco a poco, sucumbían al gran río, perecían en sus orillas o se perdían en desvaríos, bajo la humedad lacerante de la inmensa selva. De hecho, de las apenas 100 personas que llegaron al Amazonas, entre hombres y mujeres, solo sobrevivieron 44 y entre ellos se encontraba la valiente Doña Ana de Ayala.

Francisco de Guzmán, otros de los supervivientes en aquella aventura lo narra así: 

…navegamos el río abajo asta venir a la Margarita donde allamos a su mujer de Orillana, la qual nos dixo que su marido no había azertado a tomar el brazo principal que buscaba y así por andar enfermo tenía determinado de venir a tierra de cristianos y en este tiempo, andando buscando comida para el camino, le flecharon los indios diecisiete hombres; desta congoja y enfermedad murió Orillana dentro en el río… la mujer de Orillana anduvo con su marido toda la jornada asta que murió y ella se bino a la Margarita donde la alló este pasajero, y le dijo lo que arriba dize”.

Ana se mantuvo junto a su esposo, que al parecer murio de fiebres en aquella misión suicida. Lo enterró junto a un árbol y tomó el mando de lo poco que quedaba para buscar la salvación, para llevar a los pocos supervivientes a buen puerto. Ana de Ayala sobrevivió al río Amazonas, a la terrible expedición que hizo estragos. Poco se sabe de su vida, tan solo que llegó a Isla Margarita y de allí pasó a Panamá, donde se estableció y vivió largos años. Posiblemente reclamara una pensión a la corona pues su esposo tenía encomiendas en torno a Guayaquil.

Una joven sevillana embarcada hacia lo desconocido, de la mano de su esposo Orellana, surcando las aguas de un enorme río y viendo como sucumbían sus compañeros de viaje, entre penalidades, flechas y hambrunas. Y ella logró sobrevivir, pese a todo.

Supervivientes

Es curioso que, casi 30 años después de los hechos, en 1572, el testimonio de Ana de Ayala (“que prometió decir la verdad”) aparece en un documento del archivo de Indias. Se trataba de la probanza de méritos presentada por Juan de Peñalosa, uno de los capitales de Orellana, contador caído en desgracia, que solicitaba recuperar su empleo y bienes. El testimonio es desgarrador y da fe de las penurias que pasaron, de los horrores de los que fueron testigos y del trágico final de los miembros de la misma. Dice así:

…llegó a tanto la dicha hambre que se comieron los caballos que llevaban y los perros en onze meses que anduvieron perdidos en el rio, en el qual murió la mayor parte de la gente y juntamente con ella el dicho su marido. Y sabe esta testigo que solamente escaparon los dichos quarenta y quatro hombres, uno de los quales fue el capitán Juan de Peñalosa, y así esta testigo sabe que todos en general quedaron perdidos y así, apartados todos, en compañía este testigo vaya a la isla de la Margarita”.

¿Qué no pasaría Ana de Ayala? ¿Qué no descubriría o sufriría por sobrevivir al Amazonas? Vio morir a compañeros, incluso a sus hermanas. Vio morir a su esposo, sintió de cerca la muerte y palpó el hambre lacerante y la necesidad. Camino incierto hacia lo desconocido, hacia la desembocadura del asombro o hacia el ocaso. ¿Qué no vería? ¿Qué pensamiento tendría al comparar aquel río con el Guadalquivir? ¿Qué lealtad o fuerza de voluntad la llevo hacia adelante para capear el temporal?

Ana de Ayala, de Sevilla, otra de tantas mujeres que nos ofrece la historia de España. Y aunque no luchara con los indígenas, aunque no esgrimiera una espada o descubriera islas remotas, fue otra heroína dispuesta a labrarse un futuro en el Nuevo Mundo y que aportó su grano de arena. Otra valiente que surcó el océano en busca de fortuna, de una nueva vida. 

La expedición de Orellana por el Amazonas bien merece un artículo aparte por lo que tiene de odisea, de gran aventura.

Gracias a Daniel Arveras por sus artículos y libros

historia.nationalgeographic.com