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En esa apabullante soledad que me rodea, con el viento de levante azotando mis sentidos, contemplo tu inmensidad galopante, tu poderío atronador y ese suspiro lacerante que te mantiene en vilo, en suspense cuando ruge tu genio desgarrador. Todo es grandioso a tu paso  y tu horizonte no tiene fin sin la razón de tus olas en el constante ritmo de la vida.

Bogando por tu vientre, soporto tus tempestades, anclado en tu presencia, en el respeto de tus perfiles y en esos roncos tamboriles que despiertan tu temida violencia. Y no queda más remedio que seguir navegando, clavando el remo en tu piel, asiendo firmemente el timón de mis miedos y sujetando las velas, con las jarcias de mi empeño. No queda otra salida pues la tempestad, asoladora de almas, terminará por pasar y dejará ver un cielo nítido y esperanzador. 

Y se presentarán, sin avisar, huracanes indolentes que asolaran el camino, rompiendo voluntades y quebrando huesos. Pero no, no puedo abandonar la aventura, no puedo dejar de avanzar y luchar contra mis elementos, pues el destino me tienta constantemente y la sangre hierve en el gaznate, buscando mi destierro. Me agarro con fuerza al batel y sigo con la voluntad de mil titanes: No hay quien me pare.

Tened por seguro que por muy dura que sea la tormenta, tarde o temprano saldrá el sol y es que, ningún mar en calma hizo experto a un marinero.